José Antonio Gutiérrez D.

Santos, el gran encantador de serpientes

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Difundimos este artículo, tomado de: http://anarkismo.net/article/27180

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Encantador

Santos, el gran encantador de serpientes

En el contexto post-electoral está ocurriendo un fenómeno político que hay que apreciar de manera precisa. Se está redefiniendo, para el escenario post-conflicto, el nuevo encuadramiento político bipartidista. Algo así como una versión re-encauchada del Frente Nacional. Los signos de esta metamorfosis abundan.

A comienzos de Julio, Santos convocó una conferencia sobre la “Tercera Vía y la Paz”. Con este evento, Santos intentó reforzar la imagen de un presidente de “centro-izquierda”, para encubrir el afán de lucro, lo único que motiva a la Tercera Vía, ese aborto mutante de la social-democracia neoliberalizada que terminó propiciando algunas de las aventuras imperialistas más devastadoras del último tiempo[1]. Esa imagen es parte del nuevo bipartidismo que se ha generado desde la segunda vuelta electoral, en la que la izquierda fue fagocitada en el voto a Santos y la “oposición” pasó a ser el uribismo. Oposición por lo demás espuria, puesto que salvo ciertos énfasis, están de acuerdo en lo fundamental tanto en lo político como en lo económico. Codeándose con la “izquierda” buena y racional del mundo (Felipe González, Ricardo Lagos, Fernando Cardoso, Tony Blair y Bill Clinton), Santos intenta mostrarse como un hombre reformista pero realista, un estadista respetado internacionalmente, capaz de conducir a Colombia por el camino de la paz y de la “prosperidad para todos”. De paso, Clinton y Blair aprovecharon de apoyar la paz en los términos de Santos –paz minimalista, exprés, con injusticia social- y respaldaron al mandatario colombiano en su negativa al cese al fuego con las insurgencias durante el período de negociaciones como una manera de acelerar la firma de un acuerdo lo más estrecho y limitado posible, que ojalá no toque en lo absoluto las causas estructurales del conflicto y de la acumulación desmedida de capital[2]. Los laboristas ingleses y los demócratas yanquis pueden firmar todas las carticas que quieran llamando al cese al fuego, pero la voz que ronca, sus jefes políticos, ya dejaron sentada su posición: no al cese al fuego. Esa es la posición que define y se encargaron de decirla en Colombia para que no queden dudas al respecto.

Dos semanas después viajó a Brasil para participar en la conferencia de los BRICS (el bloque económico emergente, liderado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), donde recibió espaldarazos ni más ni menos que de Vladimir Putin y posó para la foto junto a los países que hoy disputan la hegemonía económica a Estados Unidos[3], a la vez que sigue impulsando la Alianza del Pacífico junto a los cachorros nostálgicos del Consenso de Washington (Perú, México y Chile). El “presidente de la paz” tiene una gran capacidad para aparecer como cualquier cosa dependiendo del auditorio. Ante la izquierda, aparece con una rama de olivo en la mano. Ante los militares y sus áulicos, aparece como el presidente que más duro ha confrontado a las FARC-EP, con las cabezas sanguinolentas de Alfonso Cano y del Mono Jojoy en sus manos. Ante la “comunidad internacional” y sus multinacionales, aparece diciendo que en realidad con la paz nada va a cambiar, ofreciendo a cualquier postor los recursos, la infraestructura, los servicios y la mano de obra del país, mostrándose como el fiel continuador de la política de “seguridad inversionista”. Casi que uno se siente tentado, ante semejante camaleón, a decir que Santos trata de ser todo y que a la vez es nada. Pero nada más lejos de la realidad. Santos es solamente una cosa y acá nadie puede engañarse: es un firme defensor del status quo, un firme defensor de los intereses de la clase a la que representa, la fracción lumpen-burguesa intermediaria transnacionalizada de la oligarquía.

Esto no cambiará aunque le duela a algunos izquierdistas que creen que Colombia es una excepción a la regla universal de la lucha de clases. Que bajo el manto de la paz caben todos los ciudadanos de buena fe. Algunos izquierdistas, esos que no votaron en la segunda vuelta con tanto asco sino que con calculadora en mano (para no hablar de los que mostraron la careta santista incluso en la primera vuelta presidencial), incluso, se han hecho ilusiones con ser parte del “gobierno de la paz”. Sacan cálculos alegres, fantasean con verse en algún ministerio, en alguna oficinita, o por qué no, como comisionados de paz… creen que la “apertura política” significa que el establecimiento les abra un huequito en el podrido edificio del Estado narco-paramilitarizado. Mueven la colita, se entusiasman, tratan de demostrar que tienen capacidad para controlar las pasiones populares, la movilización social de la chusma y garantizar la gobernabilidad… Santos, por su parte, a través de su ministro de guerra, Juan Carlos Pinzón, ahora intenta revivir una versión aún más nefasta del proyecto de ampliación del fuero militar[4] y escala las agresiones militares contra los campesinos[5], en un claro guiño a los ultramontanos enquistados en el parlamento y las instituciones estatales. ¡El presidente de la paz apenas a unas semanas de ser re-elegido, profundizando la guerra sucia!… ¡quién lo hubiera imaginado por Dios! Como lo dije en un artículo anterior, las concesiones en este segundo período serán hacia la derecha uribista, no hacia la izquierda[6]. Qué pena con ellos, pero tendrán que quedarse con las ganas no más.

Otros, que van de intelectuales, sueñan con verse a ellos mismos a la cabeza de alguna ONG, a ver si les chorrea algo de la plata que llegue con la industria de la paz. Ellos pueden tener algo más de suerte, porque plata para el peace-building (construcción de paz) sí que llegará. Así como se critica a los que viven de la guerra en Colombia, que no son pocos, no hay que olvidar a los que viven de la paz y que quieren hoy una paz exprés, a cómo de lugar, para ellos gestionar, con jugosos salarios, el desastre que dejará un acuerdo apresurado y mal digerido. Ya tirios y troyanos han encontrado un punto de unidad en la presión hacia la insurgencia para que firme cualquier cosa, pero que firme ya, “porque la paz no puede esperar”. Y tienen otro punto de acuerdo con el santismo: el mismo desprecio por el bajo pueblo, por sus necesidades, por sus capacidades y por sus aspiraciones. La paz es un asunto de profesionales, según ellos. Los pobres son bienvenidos pero como “beneficiarios”. Santos también está ejerciendo sus encantos con este sector, que transmite en sintonía cada vez más santista sobre la paz.

La oligarquía ha convertido a Colombia en una feria de baratijas, en un mercado como el que montaban los gitanos de Macondo. Ahí todo se lleva barato: el oro, el petróleo, el café, la vida. Hasta la paz la andan ofreciendo barata, a cambio de nada, como un espejito de esos que traían los conquistadores. En medio de esa feria de baratijas, Santos se roba el show como el gran encantador de serpientes. Encanta a todo el mundo: sectores de izquierda, derecha, centro, multinacionales, ONGs, comentaristas, opinólogos y personas de buenas y de malas intenciones. BRICS y gringos, todos lo siguen como al flautista de Hamelín, hacia la promesa de mucha inversión y aún mayores retornos, ganancias a manos llenas en un país dócil, pacificado, sin resistencia. Para los demás, mermelada y lentejas. ¿Y para el pueblo? Mierda. Como para el Coronel de García Márquez.

De Santos se ha dicho que es un jugador de póker, pero en verdad es un encantador de serpientes. Pero no hay que olvidar una cosa: para que sus hechizos tengan efecto, primero uno tiene que ser una víbora, bien torcida y bien venenosa. El pueblo debe saber dónde andan estas víboras para no salir mordido de esta coyuntura.

José Antonio Gutiérrez D.
22 de Julio, 2014


[1] http://www.cronicon.net/paginas/edicanter/Ediciones98/n…2.htm

[2] http://www.semana.com/nacion/articulo/bill-clinton-tony…978-3

[3] http://www.semana.com/nacion/articulo/santos-putin-se-r…882-3

[4] http://prensarural.org/spip/spip.php?article14623

[5] http://prensarural.org/spip/spip.php?article14626

[6] http://anarkismo.net/article/27091

tercera via

Habemus presidente: mandato por la paz con injusticia social

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Habemus presidente

Santos ha sido elegido nuevamente presidente de Colombia, con un 51% de los votos emitidos, en medio de una perenne crisis de legitimidad -la abstención nuevamente fue la ganadora, llegando al 52%, más 4% de voto en blanco. Más de la mitad del electorado no se acercó a las urnas pese al terrorismo histérico mediático, que de lado y lado describía panoramas apocalípticos después del 15 de Junio, o a las encuestas amañadas. El triunfo de Santos no debería sorprender a nadie: las elecciones no definen nada, sino que sancionan apenas, con un tenue barniz democrático, lo que ya estaba decidido. Con el respaldo del capital financiero, de los empresarios, de los EEUU y de la Unión Europea, era imposible que Santos perdiera. Como dijera el profesor Renán Vega en una entrevista “Las elecciones simplemente son como el cierre de esos proyectos en marcha que llevan mucho más tiempo de consolidación en el país en términos políticos”[1].

Aunque un sector de la izquierda quiera ver este resultado electoral como un voto por la paz, o más aun, como el equivalente colombiano a Stalingrado o al Día-D (dependiendo de su persuasión ideológica) en la derrota del “fascismo”, lo cierto es que tanto el aumento en la votación de Santos como una cierta baja del abstencionismo, tienen más que ver con la fuerza aplanadora de las maquinarias electorales, particularmente en la Costa caribe[2], incluidas la compra de votos a granel y la mermelada para todos los gustos. Aunque es discutible el peso de la izquierda en el resultado electoral (en ciertas zonas hubo claras transferencias, incluida Bogotá, no así en otras), lo cierto es que la izquierda tuvo un rol clave no en decidir las elecciones, sino en ayudar a lavar la imagen de Santos ante la opinión pública.

Santos inicia un nuevo período de gobierno en la misma crisis crónica de legitimidad del régimen colombiano, pero con una imagen fresca. Este triunfo electoral y todo el manejo propagandístico que se hizo en torno al “candidato de la paz”, han ayudado a disociar su imagen de los falsos positivos, del bombardeo a Ecuador, de su catastrófica gestión social anti-popular, de su ministerio de guerra y de su ministerio de palmicultura, de todos los engaños y promesas incumplidas al pueblo campesino, de los tratados de libre comercio, de la impunidad militar, de la ley de seguridad ciudadana y la criminalización de la protesta… se ha echado una buena cantidad de tierra sobre los muertos de estos cuatro años en que el pueblo no ha dejado de movilizarse y ¿los presos políticos?, muy bien gracias. Santos emerge de la contienda electoral, indudablemente, con una imagen renovada.

Pero importantes sectores de la izquierda hicieron un poco más que esto. Además, al personalizar –junto a los santistas- el proceso de paz en la figura del presidente, han ayudado a que la paz, originalmente una conquista del pueblo movilizado (y en últimas hasta un deber constitucional), pueda ser redefinida en este segundo período de gobierno en los términos de Santos. El presidente tiene las llaves de la paz, ahora sí, bien guardaditas en su bolsillo y no las compartirá con nadie, a menos que sea hacia la derecha. Ya los analistas van sacando sus conclusiones: Santos ha logrado un mandato para avanzar en el proceso de paz, pero tendrá que hacer concesiones al 46% de votos uribistas que ellos interpretan como más mano dura[3]. El mandato por la pax santista, ergo, incluirá bajar las “expectativas” a las FARC-EP y al ELN. Como dice el análisis de la Silla Vacía, el resultado electoral “quizás, ayude a focalizar la discusión en la mesa en lo posible, más que en lo deseable”[4]. O sea, pisar el acelerador para lograr, cuanto antes, la paz con injusticia social. El análisis de Semana es aún más claro al definir que la pax santista consistirá, sencillamente, en “llevar las conversaciones de La Habana y las que se hagan inicialmente en Ecuador, Brasil u otro país con el ELN a que esas dos guerrillas acepten desmovilizarse y desarmarse”[5]. La paz ha sido definitivamente divorciada de los cambios estructurales para superar las causas del conflicto; a lo mejor hay cambios que habrá que hacer, pero nada muy radical, aunque demagógicamente se invoquen “cambios profundos” que solamente pueden creer los más ingenuos[6]. En palabras del mismo artículo de Semana, “Santos no tiene, pues, carta blanca para negociar con las FARC. Las líneas rojas que su propio gobierno se trazó al emprender este camino han sido reforzadas y, si se quiere, reducidas por el resultado electoral”.

Santos logró algo histórico además en el plano político. Logró volver a recomponer el bipartidismo bajo los colores del uribismo y de su propia tolda. El término “oposición”, de hecho, ha sido apropiado –gracias a los manejos mediáticos y al encuadramiento electoral de la izquierda- por el uribismo, con quienes objetivamente, comparte más que lo que los divide. Santos es, sin dudas, un hábil jugador en medio de la debilidad estructural de su mandato. De hecho, debe ser en el mundo el único presidente de derecha, delfín de lo más granado de la odiada oligarquía, involucrado en groseras violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, que ha recibido un respaldo electoral importante por parte de la izquierda. En la práctica, Santos logró unir a la izquierda colombiana a un grado que no logró ni la candidatura de Clara López ni el paro agrario del 2014. Lo que demuestra lo astuta que es la oligarquía colombiana. Son unos berracos; no por nada llevan dos siglos en el poder, manejando uno de los Estados más reticentes a la reforma social.

¿Qué se viene ahora? Santos intentará consolidar su proyecto de la unidad nacional, conciliando con el uribismo, en torno al discurso de la paz minimalista en medio del recrudecimiento de la ofensiva. Recordemos que el mismo día que supuestamente se votaba guerra o paz, el gobierno se felicitaba por el presunto abatimiento de Román Ruiz, líder del Frente 18 de las FARC-EP (pese al cese al fuego unilateral), quien al final resultó no ser el muerto… o sea, otro falso positivo[7]. A la izquierda no tendrá que hacerle mayores concesiones porque no tiene capacidad de exigirlas. A algunos en la izquierda les tocará la mermelada (alcaldía de Bogotá), a otros con un plato de lentejas les bastará (por ejemplo, si les hacen la vista gorda ante casos de corrupción de ciertos familiares). Pero la mayoría tendrá que contentarse con las promesas de lentejas, porque las concesiones serán con la “oposición oficial” (uribismo). Lo que no impedirá que un sector se quede pegado con mermelada, lentejas y promesas, al “presidente de la paz”, secundando su mandato por la paz con injusticia social con la esperanza de que el régimen sea un poco más “incluyente” (o sea, que los inviten a co-administrar los escalones más bajos del sistema que existe, abandonando toda ilusión de cambio social). Tal vez veremos más ritos indígenas de armonización, más treguas sindicales de 100 ó de 1000 días, y más dirigentes de izquierda diciendo que actualmente es inoportuno luchar, que no hay que desestabilizar, que hay que rodear la paz (o sea, rodear a Santos). El país político sesionando en pleno.

El voto táctico de la izquierda oculta en el fondo una derrota estratégica de ésta. Derrota que no es de las últimas dos semanas, sino que se arrastra de largo y que se ha expresado en su incapacidad de canalizar el descontento popular en un programa de lucha, en una renovación de la política y en deshacerse de los métodos de la política tradicional, metiéndole cuerpo al promisorio proyecto de unidad desde abajo que comenzó a forjarse en la Cumbre Agraria y Popular. Sólo tal vez así, se podrá llegar a más de la mitad del país que mira a la distancia, con asco e indiferencia, desde su pobreza y exclusión social, sin inmutarse, a ese país político ajeno. Lo único que podría inclinar la balanza hacia la paz con justicia social es la fuerza de la lucha popular, del pueblo organizado. Pero para ello hay que vencer los caudillismos y burocratismos de esa «ciudad letrada» que mira con desconfianza al bajo pueblo y a su iniciativa espontánea. Esa ciudad letrada que confía más en la negociación por arriba que en la capacidad de lucha de los de abajo. La izquierda oficial ha demostrado tener más capacidad para desmovilizar que para movilizar, más capacidad para elegir al mal menor que para ser alternativa política. Así las cosas, los dados parece que en este segundo período estarán inclinados hacia la paz en los términos de Santos. A menos que haya una asonada al interior de la izquierda que dé por el traste con los verticalismos, oportunismos, sectarismos, personalismos y todos los ismos que le impiden crecer y convertirse en alternativa política, no para el pueblo, sino que construida desde el pueblo. Si no, lo que nos espera, es el destino de ser Guatepeor: algo así como tener la violenta paz de Guatemala, pero elevada al cubo.

José Antonio Gutiérrez D.
16 de Junio, 2014


[1] http://www.lahaine.org/index.php?p=78255
[2] http://www.semana.com/nacion/articulo/elecciones-colomb…918-3
[3] http://www.semana.com/opinion-online/articulo/hablarle-…071-3 Digo “interpretan” porque ese 46% del voto no es más ideológico que el de Santos: también responde a maquinarias, mermelada, compra de votos, chocorazos y al sentimiento anti-santista. Pensar que el voto “uribista” es homogéneo es insostenible.
[4] http://lasillavacia.com/historia/elecciones-presidencia…47921
[5] http://www.semana.com/nacion/articulo/habra-acuerdo-de-…888-3
[6] http://www.semana.com/nacion/elecciones-2014/articulo/j…061-3
[7] http://www.elespectador.com/noticias/judicial/policia-d…98468

Ahí están pintados, toditicos

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Tomado de: http://anarkismo.net/article/26996

Ahi estan

El terrorismo de Estado en Colombia no puede explicarse por los descalabros sicóticos de algunos individuos. Es algo demasiado estructural, bien planificado, demasiado sistemático, extendido y persistente como para tener su explicación en las perversiones individuales de un grupo, más o menos numeroso, de ciudadanos sádicos. Aunque nos asombre la sevicia extrema a la que se recurre para torturar y masacrar a los que representen un peligro para la hegemonía de la clase dominante, que incluye todo un repertorio de la crueldad que alcanza el paroxismo en las Casas de Pique, el terrorismo de Estado y su hijo pródigo (el paramilitarismo), no son expresión de una demencia colectiva ni un acto de desquiciados, sino que expresión de una fría política burocrática. La mayoría de los millones de personas que participan en el engranaje del terrorismo de Estado no son sádicos por naturaleza, sino personas que “hacen su trabajo”, que cumplen funciones como apretar el botón (o jalar el gatillo), hacer llamadas, chuzar teléfonos, hacer denuncias, trasladar personas secuestradas (para que otros las desaparezcan), reclutar candidatos a “falsos positivos”, etc. Tareas de por sí limpias, que no salpican de sangre, en las cuales el individuo puede disociarse moralmente del resultado de sus acciones. “Yo no maté a nadie, no soy un asesino, seguí órdenes”. El terror es una industria tecnificada, moderna, prueba de la eficacia en la organización capitalista del trabajo en Colombia.

Aunque la mayoría de los individuos que viven de manufacturar el terror no tengan inclinaciones sicóticas, o las terminan desarrollando en el camino, o terminan con una disociación muy fuerte entre el ser y el hacer. Los paramilitares, cada cual con cientos de asesinatos de personas inermes a cuestas, afirmaban patéticamente en sus declaraciones que ellos, en realidad, “no eran monstruos”… que eran padres responsables, maridos amorosos, etc. Alienación pura y dura. Sin embargo, no deja de llamar la atención la capacidad que el Estado tiene para garantizarse los servicios y la lealtad de individuos francamente enfermos para animar la realización de tareas de corte terrorista. En realidad, los individuos con motivaciones sicóticas no serán todos, pero son el motor que mantiene a la maquinaria andando. No basta la inercia de los empleados obedientes, se requiere individuos fanáticos, entusiastas, en la industria del terror para activar la motosierra y picar al fiambre a machetazos. La estructura del Estado, así como sus múltiples tentáculos paralelos (el Estado profundo), es un caldo de cultivo para esta clase de personajes siniestros. En el terrorismo de Estado se juntan el hambre con las ganas de comer: la insensibilidad burocrática con la crueldad patológica[1].

El hacker Andrés Sepúlveda, empleado de la campaña de Zuluaga y socio del ejército, a quienes entregaba las interceptaciones del proceso de negociaciones en La Habana para que fueran utilizadas como parte de la propaganda negra de los guerreristas, es la mejor prueba de lo que decimos. Este “héroe” -como se describe el mismo, haciéndose eco de esa consigna que “los héroes sí existen”-, con simpatías por el nazi-fascismo y su expresión criolla, el uribismo, repite el mantra de la derecha de ultratumba que reclama que la lucha militar contra las FARC-EP también debe golpear a sus “cómplices que actúan en el campo y en las ciudades sin uniforme”[2]. Así han justificado el genocidio de la UP, de A Luchar, del Frente Popular y el holocausto paramilitar que ha consumido una generación completa de colombianos y desplazado a más de seis millones de campesinos. Las inclinaciones perversas de Sepúlveda tienen un sustento ideológico en esa amalgama de ideas fascistas, conservadoras y neoliberales que tienen su principal adalid en la figura de Uribe Vélez.

Su cuenta de Twitter da prueba de las inclinaciones sicóticas de Sepúlveda. Algunas perlas que trinó fueron “me gusta el olor a muerte”; “no hay nada peor que emborracharte y despertarte con alguien que no sabes ni su nombre, ni cómo la conociste, ni por qué está muerta”; “la guerra es la manera más romántica de solucionar nuestros problemas”; “pero recuerden, los quiero matar a todos”; “matar es un arte que no admite sutilezas”; “sólo guiño mi ojo izquierdo para apuntar mejor”; y el trino más tenebroso de todos, “Grande Uribe!!!”[3]. Esta es la clase de tendencias que se albergan en la ideología derechista representada por el uribismo: una ideología fundamentada en la violencia, en el ultra-conservadurismo, en la intolerancia extrema, en el machismo, en el racismo, en el patriarcalismo. La expresión política de la descomposición propia de una sociedad secuestrada por la mafia y el paramilitarismo. Sepúlveda es un caso extremo, pero cual más cual menos, expresa la esencia de lo que piensan los uribistas, esos que aúllan como fieras excitadas ante el olor de sangre, que piden más muertos y que comparten con morboso placer de necrófilos las fotos sanguinolentas de guerrilleros asesinados. A lo mejor a muchos les sorprendan los twitters de este aprendiz de paraco, pero ese es el espejo en el que tienen que verse reflejados. Ahí está pintado el uribismo. Violento con los más débiles, troglodita, sádico.

El santismo, aunque más burocrático y estirado, tampoco se queda atrás: no reparten por internet fotos de cadáveres mutilados, pero lloran de alegría cuando les traen la cabeza de un comandante guerrillero, dan incentivos económicos y profesionales para aumentar el conteo de muertos[4], no agitan las motosierras pero son amigos de los bombardeos “quirúrgicos” e “inteligentes”, aunque no menos letales. Estas coincidencias de fondo no son casualidades basadas en una mera patología sicosocial, sino que reflejan un proceso estructural de “fascistización” en Colombia, que ya hemos denunciado[5], el cual va de la mano no solamente del surgimiento de redes de poder paralelas ante la crisis de hegemonía del Estado centralizado, sino que sobretodo, de la predominancia en el aparato represivo de la policía política, entendida en un sentido amplio. No se trata solamente ya de la DASpolítica, ni de una Andrómeda, sino de todo un universo encargado de vigilar, supervisar, inmiscuirse en los pensamientos y en la intimidad de las personas, y de castigar a los que consideren que se han descarriado. Esto, sumado a un proceso de descomposición mafiosa de la oligarquía que se ha acelerado en las últimas dos décadas (como lo atestiguan todos los escándalos que están aflorando en la campaña presidencial), en el cual los límites de lo lícito y lo ilícito se desdibujan progresivamente. Como botón de muestra, el padre de Sepúlveda, con lógica impecable, decía que su querubín no podía ser un delincuente porque él combatía a los “delincuentes”[6]. Elemental, mi querido Watson. El único delito que merece tal nombre es el disenso político; ante esta “abominación”, todo vale. Así refundaron la patria.

En más de alguna ocasión hemos señalado que la oligarquía colombiana es la más sanguinaria del continente, y ni el uribismo ni el santismo salen librados, aunque no se manchen directamente las manos de sangre. Para eso tienen un ejército (uniformado y de civil) de obedientes burócratas y de entusiastas asesinos en serie. Sepúlveda es apenas la prueba viviente de que hay algo espantoso que se oculta detrás de la fachada carnavalesca del país dizque “más feliz del mundo”.

José Antonio Gutiérrez D.
13 de Mayo, 2014


[1] Para un análisis penetrante de este fenómeno en el contexto del nazismo, se puede revisar el trabajo de Michael Mann “Were the perpetrators of genocide ‘ordinary men’ or ‘real nazis’?” (Holocaust and Genocide Studies, 2000, 4(3): 331-366)

[2] http://www.semana.com/nacion/articulo/andres-fernando-s…311-3

[3] http://www.semana.com/nacion/articulo/los-trinos-de-lin…189-3

[4] No hay que olvidar que fue Santos quien como ministro de defensa, es responsable del escalamiento de los “falsos positivos” y de otros crímenes de guerra y de lesa humanidad.

[5] http://www.anarkismo.net/article/17240

[6] http://www.semana.com/nacion/articulo/andres-fernando-s…311-3